Cuenta José Manuel Magro Gallardo que fue su bisabuela, doña Asunción Cortés Garrigós, natural de Onil, quien trajo a Crevillent la partitura de los Siete Dolores de Marcelino Sempere, para ser cantadas en una de las dependencias de la Fábrica Gran. El motivo: su nuera, María Mas Quesada, era hija de uno de los propietarios de la empresa, Manuel Mas e Hijos, conocida después como Alfombras Augusto Mas. José Manuel está en lo cierto; así debió ocurrir más o menos.

Doña María y demás mujeres de aquella familia, todas ellas muy devotas, tenían por costumbre reunirse en ciertas ocasiones a rezar ante "una urna de cristal con la imagen de Nuestra Señora de los Dolores", que había en una dependencia de aquella espaciosa vivienda situada junto a la fábrica.

En aquella época, último tercio del siglo XIX, las señoritas de la burguesía recibían clases particulares de solfeo y piano, instrumento que no faltaba en ninguna de sus casas. Y tratándose de una familia acaudalada, también pudieron tener un armonio, de características musicales parecidas a las del órgano, pero de tamaño más reducido, similar al del piano.

La falta de documentos nos aboca a barajar hipótesis basadas en indicios reales. El más importante averiguar quién era doña Asunción Cortés Garrigós (Onil, 1830-1890), partiendo de datos fidedignos. Se casó con un crevillentino, Vicente Gallardo, dueño de importantes fincas, entre ellas la Dehesa de San Cayetano. En escritura de constitución de sociedad minera de 1882, consta como viuda de 52 años de edad.

Doña Asunción, dueña de fincas y horas de agua de riego, en Ibi y Onil, pertenecía a una familia adinerada de la comarca. Tanto de casada, como después de enviudar, iba con frecuencia a su pueblo natal para cuidar de sus intereses. Allí murió durante una de sus estancias.

Mujer piadosa, gozó de buena amistad con dos eclesiásticos relevantes coetáneos suyos: el cardenal don Miguel Payá Rico, nacido y criado en Beneixama, y su beneficiado, el presbítero organista don Marcelino Sempere Esteve, natural de Onil. Ambos con ocupaciones en diferentes diócesis, cuando podían regresaban a su tierra a pasar temporadas.

Ateniéndonos a este conjunto de circunstancias, resulta lógico creer que, para su nuera, pidiera doña Asunción a Marcelino que le pusiera música a las letrillas de los Siete Dolores de la Virgen, tan de moda en los devocionarios de la época. Tal vez pensando en esta circunstancia, se apartó de los cánones de la música sacra para componer con notas más efectistas, inspiradas en música de ópera italiana, aunque para el acompañamiento al canto, en vez de orquesta eligió el órgano. (Cumpliendo con su obligación de clérigo de la diócesis de Valencia, así lo registró en el Colegio Corpus Christi, o del Patriarca).

Seguramente, intuyendo dicha influencia en la partitura, "y tan presto Simeón" (título original), el músico que la llevó a Nuestra Señora de Belén a principios del siglo pasado, optó por modificarla transportando el acompañamiento de órgano -que sí lo había en el templo-, a orquesta, consiguiendo una audición inmejorable. Quizá por ética profesional no hizo constar su nombre, aunque tal vez pudo ser don J. Mas Llopis, organista y director de la banda o quien le sucedió, el maestro Aznar.

Poco a poco, alternando con los cantos antiguos en latín, durante el Septenario, las nuevas melodías de mosén Sempere, fueron conquistando el beneplácito del pueblo, consiguiendo ser insustituibles. El clero parroquial, reacio a incorporar la partitura de un desconocido, -ni sabían que don Marcelino era presbítero de la diócesis de Valencia-, no mencionará durante años la evolución del Septenario. Ya en plena aceptación popular el presbítero don Juan Martínez, en la "Revista Crevillente Semana Santa 1936", aludirá a sus bellas notas sin opinar acerca de la personalidad del autor.

Por otra parte, si el canto de los Dolores provenía de un coro de mujeres muy devotas, pero cuyos maridos no frecuentaban la iglesia, parece lógico que los curas no demostraran interés en adoptarlos. Ahora, cien años después, ya sabemos que tan querida partitura la trajo a Crevillent, doña Asunción Cortés, y su incorporación al Septenario, también fue cosa de mujeres.